La depilación definitiva implica la eliminación de las raíces del vello mediante el uso de calor, con el objetivo de prevenir su regeneración. Dos métodos comunes son la luz pulsada y el láser, siendo este último de diodo, considerado más avanzado y eficaz debido a su capacidad para alcanzar temperaturas más elevadas en el tratamiento de los folículos pilosos, donde se encuentran las raíces del vello.
Se evalúan diversos factores como el tipo de piel, el color y grosor del vello, así como la presencia de posibles desequilibrios hormonales. En base a estos elementos, se determina el número de sesiones necesario (considerando edad, sexo, metabolismo y área a depilar), los intervalos entre cada sesión y los cuidados posteriores.
Es crucial acudir a centros respaldados por profesionales médicos, preferiblemente dermatólogos o cirujanos plásticos, que utilicen equipos aprobados. Esto garantiza la prevención de riesgos como infecciones, manchas en la piel, cicatrices y quemaduras, asegurando un control adecuado y la eficacia del tratamiento.
Los especialistas suelen recomendar la depilación definitiva, especialmente en casos de foliculitis (pelos encarnados), ya que este método contribuye significativamente a combatir esta afección. Además, el láser no solo elimina el vello, sino que también mejora la textura y elasticidad de la piel al activar la producción de colágeno y elastina, proporcionando así una mayor suavidad.